Ser e Impresión
un libro de Lee van Laer
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Cada una de nuestras partes tiene su propio ser.
Este hecho ocurre no sólo en nuestra parte pensante (la mente), en nuestra parte física (el cuerpo) o en la parte que siente (las emociones), sino también en cada órgano que poseemos, en cada célula que nos compone.
A esta situación no le damos el debido respeto. Nuestra mente considera al cuerpo pensando que es dueña de todo lo que forma parte de nosotros, ya sean manos, pies, pulmones, etc.
Existen suficientes pruebas que echan por tierra esta creencia, tales como observar el funcionamiento preciso y detallado de cada uno de nuestros órganos internos, esté la mente enterada o no de ello. Así, por ejemplo, los pulmones “piensan” en cómo hacer que el aire entre y salga del cuerpo; pero no lo comprendemos de esta manera, puesto que a la forma normal de percibirnos a nosotros mismos no le conviene, ya que se piensa dueña de todo lo que nos constituye.
Deberíamos reconfigurar nuestra actitud hacia nuestro Ser, de modo que pudiésemos comprender mejor que nuestra parte pensante, es decir, la que percibe, no es la dueña sino más bien una participante en este complejo sistema de órganos y acciones.
Encontramos en varios estudios metafísicos, por ejemplo el de Emanuel Swedenborg y en la Cábala (ver The Thirteen- Petaled Rose, por Adin Steinsaltz ), la afirmación de que cada órgano del cuerpo se corresponde con uno de los reinos angelicales y con una parte del mismo cielo. Todas nuestras partes, en otras palabras, son el espejo de una estructura cosmológica que nos engloba. Nuestra mente ocupa una de las
partes de dicha estructura, pero no todas; tal vez la que cohesiona todo, y nada más. Empezar a tener respeto por uno mismo y por nuestro ser, implica respetar la totalidad de la estructura, en un acto que pide participación y no coerción.
Si, por ejemplo, me pido tener la sensación de mí mismo, es actuar como un jefe. Estoy empujando a mi cuerpo y “exigiéndole” que me sienta. Así se consiguen resultados, claro está, pero el cuerpo tiene su propia forma de llegar a sentir y su propia inteligencia para lograrlo, por lo cual las acciones de mi mente serán ofensivas y hasta obstruccionistas. No importa cuán buenas sean las intenciones hacia mis partes, si no empiezan con respeto (¡y con qué poca frecuencia esto es así!), ya estoy yendo en contra de las metas y fines mismos que me he propuesto.
La tendencia de ser el jefe de algo o de alguien, es un rasgo pernicioso que se extiende a cada zona del Ser. Y no es de mucha ayuda el que no tengamos una conciencia más desarrollada y sensible hacia nuestros otros dos cerebros, el cuerpo y las emociones, los cuales, a su vez, también desean ser jefes en su propio campo. Por un lado, son partes más poderosas que la mente y, por otro, a menudo consiguen sus propósitos. En consecuencia, acabamos por ser gordos o adictos a la nicotina, o egoístas y coléricos. Estos son unos que otros ejemplos, pero cada quien conoce o reconoce de lo que hablamos.
Para desarrollar un respeto por cada una de las partes que nos componen, debemos comenzar por dar el ejemplo, quizá con la mente primero. Cada parte necesita dar el ejemplo desde su propio Ser. Después de todo, cuando nos referimos a estas partes interiores como cerebros, estamos admitiendo que son sistemas nerviosos muy complejos, con habilidades extraordinarias: sentir, recopilar datos, percibir y ser agentes, en un intercambio más allá de su propia naturaleza.
Es muy importante comprender la idea de un mundo más allá de la naturaleza de un cerebro; pues aún en la célula más elemental, lo que ocurre fuera de ella es un mundo distinto al que sucede dentro de la misma. El propósito del “cerebro” de la célula (tal como lo tiene ella y cada una de sus funciones hasta cierto punto) es el de obtener información acerca del mundo exterior y poder relacionarse con éste. Así, nuestra mente pensante es un cerebro inmerso en una relación con un “mundo” externo y diferente a él; nuestro cuerpo es también un “cerebro” que se relaciona de forma semejante con un mundo externo a él y como nuestras emociones son exactamente este tipo de “cerebro”. Cada uno de ellos percibe el mundo de acuerdo a los límites que le son propios y que definen sus habilidades y alcances. Cuando se reúnen y trabajan juntos, cada uno aporta percepciones únicas del mundo exterior que los otros no poseen.
Ahora bien, en este punto surge una dificultad, producto de la presencia en cada “cerebro” de una parte pensante, una parte física y una parte que siente. En consecuencia, cada uno de dichos cerebros piensa erróneamente que su naturaleza tri-cerebral le da la capacidad de realizar por sí solo el trabajo de los otros dos. Gurdjieff habló largamente al respecto y pensamos que entendemos lo que dijo, pero éste no es el caso. Es difícil erguirse por encima de este problema para tener una visión global, inmersos como estamos en vivir siempre desde una de las tres partes.
La idea esencial en el desarrollo armónico del hombre, en las palabras de Gurdjieff, es que toma años de trabajo conseguir que las tres partes se reúnan y logren una comprensión actuando como un todo. Esto no se aprende leyendo las obras escritas sobre este trabajo, y, en verdad, quizá no se pueda enseñar, pues nada sustituye un trabajo directo, con otras personas y durante mucho tiempo, para entablar una relación con el contenido de las preguntas de Gurdjieff. Es en el contexto de la acción a
través de largos años lo que ayuda a comprender cómo funcionan nuestras partes.
En todo caso, mi meta aquí consiste en recordarnos que lo más importante en el trabajo que hemos abordado, es la formación de relaciones; las relaciones interiores entre nuestras partes son las primeras que deben ser creadas antes de poder acceder a unas relaciones exteriores que funcionen en un nivel superior. Al ir adquiriendo un respeto por las capacidades individuales de estas tres partes y permitiendo que ellas participen en condición de igualdad, cada una realizando el trabajo intrínseco y necesario que les corresponde, será la única manera de alcanzar las cualidades que son propias de un ser humano.
Lee van Laer, Febrero 2017
Sparkill, NY
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